Sombra de los relojes. Tic tac sin pausa.
Digo mi boca (digo). Digo mi voz (digo). Digo mi puño y las razones.
Sé (o creo saber) pero ¿qué digo? ...
Diré tus ojos, niño. Ojos redondos de niño sin lágrimas, tus ojos digo.
Pero ¿qué digo?...
Diré tu boca, niño. Diré mujer las anchas grietas de tus manos y las curvas cóncavas de tu espalda.
Mis manos-puño y sus razones.
Creo (o sé) pero los perros ¿cómo los digo? Duros perros de hirientes dientes. ¿Cómo diré de huesos, perros sin carne ni blancos moños de raso?
Perros sin piel. Rosada escarcha de úlceras y sarnas.
Niño que miras mujer sin lágrimas.
El frío es canto despiadado, blancor mojado (sin lágrimas).
El calor, hedor hirviente de moscas.
Suenan sirenas a sus soles. Marcha implacable del tic tac sin pausa. Huidizas señales de la vida allá afuera. Sombra de los relojes.
Sabré (o supe). Sé (y creo) pero.
El cielo dibujado de inquietos humos.
El basto territorio de si acaso, es de un barro salpicado de piedras y algún verde creciendo tercamente entre el laterío.
Algunas gomas. Una zapatilla solitaria. La cabeza roja de un muñeco de plástico. Una bolita de vidrio esmerilado. Los pedazos negruzcos y durísimos de pan. Tres tornillos. Un sachet vacío de leche. Diarios viejos. Dos cacerolas sin manija. Un cuchillo. Una lata de sardinas herrumbrada. Un peine. Dos sillas de paja. Un balde. El elástico de una cama y altiva y desafiante la antena de televisión.
El preciosismo de un malvón colorado, botellas, cajones y un plato de hojalata.
¿Cómo lo dogo niño? ¿Cómo me mirás cómo lo sé cómo te miro?
Mujer de cóncavas espaldas, mujer sin lágrimas.
¿Cómo lo creo, niño?
Sobre el estridente grito del silencio, hoy, todo tan poco, ante tu pequeña mano extendida.
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