Yo puedo perder la vida,pero la vida no me la pierdo, eso, dijo Sandro, y se terminó muriendo.Pero la vida no se la perdió.Ni la de él ni la de millones de personas a las que le dió vida con sus canciones.( millones de placas vendió Sandro ¡hay que vender 8 millones de placas!
Yo tenía 15 años y estaba enamorada de Sandro.No era nada que precisamente me hiciera "extraordinaria", precisamente era lo que me hacía amás semejante a millones de mujeres.Y eso era bueno en mí,muy bueno.Tal vez le debo mi pasión por las masas, yo que nací en un contexto atravesado por la exclusividad y la rareza.
Me acuerdo una tarde de poesías y cuentos en mi casa.Me acuerdo que así como otros padres exclusivos llamaban en otras casas en otras épocas a tocar el piano, a mí mis padres(fundamentalmente, mi padre, hay que hacer esta salvedad) me llamaba a leer mis cuentos a sus amigos escritores, y ellos,viejos circunspectos,quedaban boquiabiertos de mis virtudes y hasta algunos, cuando fui grande me lo confesaron, quedaban enamorados de mí.Me acuerdo que yo interrumpía las lecturas para irme al cine a ver las películas de Sandro.¡Y eso era tomado como lo raro!
Me acuerdo que Sandro vino a Gimnacia para los carnavales, y mi mamá me hizo en un rato una pollera gitana violeta para que lo vaya a ver.Mi tia Sara, la psiquiatra, tuvo la enorme idea de llevarme, caso contrario eso era impensable que sucediera con mis viejos.
Eso.De Sandro me viene eso "de masas".Eso es lo que acabo de descubrir, razón de más para comprarle una rosa al gitano y escuchar su himno "Penumbras" al amor clandestino, ese, que tanto sobresalto da.
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