Friday, July 24, 2009

El amante

Cuando salieron a la calle, el sol ya había cambiado de vereda.
La tarde había sido estupenda, y sin embargo, lo comprendió en el instante de esa mirada, era la última. Ya no habría otras.
Inútil todo lo que hiciera para quebrar su voluntad. Su “no” vendría de un lugar mucho más invulnerable que la voluntad.
A desgano comprendió que no habría cómo, pese a que también lo sabía, él insistiría en intentarlo.
En las camas de un cuarto de hotel, él, iluso se compró un solo pasaje: el de la ida. Ella se reservó el regresó y lo dejó extraviado en su infinito.
No lo llegó a saber, entre la enorme madeja de preguntas que le dejó instaladas para siempre, no lo llegó a saber, por qué no se le ocurrió pensar que esto tendía un tiempo, sería un fragmento acotado en el espacio, apenas un retazo precisamente determinado de antemano.
No lo llegó a saber pero si acaso, si lo hubiera sabido qué, qué hubiese cambiado, qué podría haber hecho para prolongar el final.
Apenas dos, tres encuentros, tres viajes calculados con siglos de distancias entre uno y otro para un final tan terminante y abrumador.
Al margen de los esfuerzos que ella hizo para decirlo con palabras, eligiéndolas con cierta preocupación, cualquiera fueran, lo hacían sufrir. Todo lo hacía sufrir, hasta las más leves variaciones del invierno, el viento, el sol áspero, la lluvia persistente.
Todo lo hacía sufrir: hasta la lastimosa complacencia con que ella de cuando en vez aceptaba un café que era desde el principio sólo eso. Nada más que eso, un café.
Nada de su mirada con burbujas. Nada de su media sonrisa de Gioconda que le hiciera prever la carcajada.
Pero todo eso fue después, después de esa tarde escandalosa sin atajos. No en ese cuarto de hotel por cuantas horas. Ni siquiera en la comida posterior que devoraron con hambre sin ningún arrepentimiento.
Por qué. Aunque hubiese mil razones absolutamente obvias , no podría y no podría entenderlo. Por qué no, por qué entonces, por qué.
- El amor suele ponernos cursi- había dicho ella.
¿Habrá sido el amor, entonces, lo que lo alejó de él? ¿Fue ese insólito sentido de lo “correcto” lo que le impidió reincidir en sus encuentros?
¿Qué fue, cómo fue, cómo hubiese sido?
Cuando ella cruzó la calle levantando levemente la mano y sin darse vuelta, esa tarde, retornó plenamente a su vida.
Él se quedó largamente mirándola en la esquina, con un dolor “acá” prendido como una garrapata que se volvió asfixiante con los días.
La libertad, se sabe, si es la conciencia de la necesidad, por fuerza, habrá de cotizarse a ese precio.

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